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Hace ya algún tiempo, mantuve una discusión interesante con un grupo de alumnado de un Máster Oficial de los que imparto, cuando trataba de explicarles que los hechos, la verdad de lo que sucede, son únicos y que no depende ni de tu opinión ni de tu punto de vista.
En general, el peso del relativismo constructivista, donde todo se circunscribe a un relato determinado, les hacía proclives a entender que todas las opiniones son válidas, y lo discutían con mucha vehemencia, enfado incluso. Me sorprendió su posicionamiento y estuvimos casi dos horas enzarzados, en una clase, digamos, como tendrían que ser todas las clases.
El hecho más evidente es el caso de la enfermedad. Si tu médico te dice que tienes una enfermedad terminal, con pruebas diagnósticas evidentes, tú puedes opinar que no la tienes, pero eso no cambiará la realidad ni sus consecuencias. Puedes decidir cómo paliar o tratarla, teniendo toda la información y tomando decisiones en un sentido u otro, pero nada más. La verdad se impone, y si no la ves, es posible que necesites cambiar la graduación de tus gafas o de ángulo de visión, donde nada ni nadie te tape la visión.
El problema es que les incomodaba cambiar de ángulo de visión. Les incomodaba entender que, a lo mejor, el problema estriba en que no somos capaces de movernos y buscar la verdad. Nos han acostumbrado a que cualquiera puede hacer cualquier cosa y no es cierto, yo jamás podré cantar bien, por muchas horas de esfuerzo que le ponga. Eso es una verdad objetiva y razonada, y no tengo ningún derecho a castigar al mundo con mis berridos.
Entender esto, y entender la búsqueda de la verdad, es algo muy positivo y liberador para uno mismo, para comprender sus propias potencialidades y ver qué puede aportar al mundo, y esa es una tarea esencialmente educativa, por lo que me preocupa mucho que futuros docentes tengan esa visión relativista del mundo en la que todo depende del cristal con que se mira. Mirar las muertes y la destrucción de Gaza con el cristal sionista, estaría, pues, justificado, según esa creencia disfrazada de filosofía. Y no, la verdad es clara y evidente y los que la enmascaran son conscientes de ello, y la ven, igual que el resto, de manera objetiva.
Como artista, sé que existen múltiples maneras de llegar a la verdad, muchos caminos, y la ficción y la imaginación es uno de los más poderosos, especialmente en el ámbito de la empatía y el hacer posibles alternativas viables que se conviertan en verdades mejores que las presentes. Lo que demuestra mi idea de las subjetividades objetivas u objetivables. Ni todo es verdad, ni todo es respetable, ni todo es simplemente opinable; no hay más.
[Publicado como hilo de Mastodon en el Fediverso]
© Ricard Ramon. 18 de septiembre de 2025